En Terrenal decidimos hacer una pausa en nuestra programación para dedicarle un episodio a Daniel Kahneman, el famoso psicólogo ganador del Nobel de Economía en 2002, quien falleció hace apenas unos días (27 de marzo). El episodio salió al aire este jueves 4 de abril.
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Para hablar de Kahneman invitamos a César Mantilla, economista experto en economía conductual, y recordamos que en 2019 nuestro co-host Andrés Mejía Vergnaud escribió dos textos sobre el tema, y César publicó una serie de comentarios al segundo texto de Andrés.
Los textos son los siguientes:
“Pelea en un bar entre conductualistas y racionalistas” de Andrés
“¿Cuál es su problema con la behavioral economics?” de Andrés
“No hay tanto problema con la behavioral economics” de César
Los encuentran a continuación en ese mismo orden:
Pelea en un bar entre conductualistas y racionalistas -Andrés Mejía Vergnaud
Quiero relatar esta escena que ocurre en el bar del cielo de la filosofía.
En ese bar, muy concurrido, parece haber una creciente tensión entre dos grupos que concurren allí siempre por separado.
Me dicen que en el primer grupo hay caras conocidas: que están William Stanley Jevons, Gary Becker, James Buchanan, Mancur Olson, Thomas Schelling, y otros. Dicen que a veces incluso pasa y saluda Adam Smith. En el otro grupo, me dicen, hay caras mucho más conocidas y famosas, al punto de que últimamente es normal que se les acerquen a tomarse selfies con ellos y a pedirles autógrafos: allí están Daniel Kahneman, Amos Tversky, Richard Thaler, Dan Ariely, y otros. Como habrá intuido el lector experto, se trata de grupos que se dividen alrededor del problema de la decisión humana, de cómo tomamos decisiones los seres humanos, particularmente en el contexto de nuestra actuación con respecto a otros o en grupos.
Me dicen que la tensión llegó al rojo vivo una tarde cuando, tras recibir la visita de varios reporteros y firmar varios autógrafos, los miembros del segundo grupo estaban exultantes y un tanto presumidos. Los del primer grupo, callados, los miraban con algo de resentimiento. Hasta que a alguien se le soltó un comentario, y empezó el enfrentamiento que transcribo a continuación. Para no personalizar la cosa, indicaré simplemente el bando del cual venía cada intervención. A los primeros los llamaré racionalistas y a los segundos conductualistas (abreviaturas RATIO y COND).
COND: (Risas) Déjelos. Qué culpa tenemos de ser famosos. Y yo entiendo que estén así de resentidos: total, el trabajo de ellos es muy inferior al nuestro, porque ellos parten de una idea insostenible de racionalidad humana.
RATIO: A ver, a ver, a ver. Pongamos las cosas en su sitio. Que ustedes están de moda, nadie lo discute. Pero incluso ustedes mismos con su “teoría” (risitas) deberían saber que esas modas son irracionales y pasajeras. Son como las fiebres y las burbujas del mercado, pregúntenle a su amigo Shiller.
--Se refiere a Robert Shiller, quien no está en el bar porque está estudiando sus movidas bursátiles de mañana--
COND: Bueno, por favor, vamos bajándole a la agresividad. Aquí no hemos dicho nada que no sea cierto. Lo único que hemos dicho es que ustedes y todas sus teorías están construidas sobre una presuposición falsa, una idealización. Acéptenlo, es verdad, ustedes arrancan sobre la base de que los individuos actúan como “maximizadores racionales de utilidad”, y así construyen ustedes todos sus modelos. ¿Y nosotros qué hemos hecho? Pues demostrar que esa presuposición es falsa, demostrar que no existe esa racionalidad que ustedes asumen.
RATIO: Lo que hay que oír. Dizque “demostrado”. ¿Me puede indicar, por favor, si es tan amable, cómo lo han “demostrado”?
COND: ¿No ha leído nuestros libros? Muy raro porque son tremendos best-sellers. (En voz baja hacia el grupo: no como esos ladrillos de ellos --risas de los amigos). Hasta hemos salido en películas de Hollywood. ¿Se imaginan una película de La lógica de la acción colectiva de Mancur Olson? zzzzzzzzz (risas estridentes).
RATIO: Pues sí, cómo le parece que sí hemos leído todos sus libros, y la verdad muy entretenidos, los felicito. Muy simpáticos. Pero les pregunto: ¿fuera de ser muy entretenidos y muy novedosos, qué valor tienen?
COND: ¿Cómo que qué valor tienen? ¿Le parece poquito haber demostrado que es falsa una presuposición sobre la que se han basado durante doscientos años ciencias como la economía, y las teorías de la decisión? ¿Le parece poquito?
RATIO: Por ahora no le voy a discutir la expresión “demostrado”, de eso hablamos más tarde. Lo que está por verse es para qué sirve esa supuesta demostración.
COND: ¿Perdón? ¿Cómo que para qué sirve? Pues para desenmascarar ese presupuesto falso sobre el que están basadas tantas teorías de la decisión, y sus aplicaciones en la economía, en el estudio de los conflictos, las negociaciones, la toma de decisiones colectivas, en fin, tantas teorías basadas sobre un supuesto falso. Todas las teorías de ustedes.
RATIO: Me alegra que me dé la razón.
COND: ¿Perdón? No le entiendo.
RATIO: Gracias por pronunciar la palabra clave: “teorías”. Supongamos que admito en gracia de discusión que el presupuesto de la racionalidad individual no se sostiene en la experiencia. Y no le niego, tiene muchos problemas, es verdad que en la práctica la gente toma decisiones que no siempre siguen ese postulado. Pero por lo menos nosotros hemos hecho teorías: hemos construido modelos generales de la decisión humana, sí, en todos esos dominios que usted mencionó. Y le cuento: son modelos bien elaborados y sofisticados, aplicables, y muchos están en uso.
COND: Pues me perdona pero no sé qué gracia tiene eso. ¿Si el fundamento es débil y problemático, de qué sirven los modelos basados en ese fundamento?
RATIO: Veo que ustedes por andar saliendo en películas no han reflexionado sobre lo que es una teoría científica. La ciencia no puede ser una colección de anécdotas. El conocimiento científico consiste en modelos, teorías, que son generalizaciones en el buen sentido de la palabra: contienen enunciados generales sobre lo que pasará con cierta cosa, dadas ciertas circunstancias. ¿O es que nunca estudiaron física o química en el colegio? Así son las teorías científicas: no le dicen lo que pasó ayer con esta galaxia o con esta molécula, o cómo salió tal o cual experimento, sino le dan una generalización de cómo se comportan las galaxias y las moléculas en ciertas condiciones. Nosotros tenemos eso, tenemos teorías. A ver, ¿dónde están las teorías de ustedes?
COND: Esto sí es el colmo. Venir ustedes a hablarnos de ciencia. Me parece que el que no estudió en el colegio fue usted. Venga le aclaro algo: la ciencia es empírica y experimental, y lo de ustedes no tiene nada de empírico ni de experimental. ¿No dijo que había leído nuestros libros? Pues no parece, porque si los hubiera leído habría visto todos los experimentos que documentamos ahí.
RATIO: Le repito, los he leído y me han parecido muy entretenidos. Y no le voy a negar que los experimentos me han parecido hasta cautivadores. Algunos son sorprendentes. Pero cierra uno el libro, llega al final, y no encuentra la ciencia. ¿Qué encuentra uno? Una serie de relatos de lo que pasó en tal o cual experimento. Casi que un anecdotario.
COND: Pues ahí están los experimentos. Esa es la ciencia. No sé qué más quiere.
RATIO: Teorías. Lo que falta son teorías. ¿Se imagina que los libros de física fueran relatos de experimentos y experimentos? No, usted lo que encuentra en un libro de física o de cualquier ciencia son teorías. Que seguramente arrancan con observaciones y con experimentos. O que se ponen a prueba con observaciones y con experimentos. Pero son teorías, son modelos construidos con generalizaciones, y le recuerdo que esas generalizaciones se llaman leyes. Los libros de ustedes son llenos de historias con experimentos que han hecho dizque para probar que los humanos somos irracionales, pero se quedan ahí, en los casos: no han podido dar el paso a la teoría.
--En ese momento llega un mensaje de voz por WhatsApp de Robert Shiller, que transcribo: “A mí me hacen el favor me dejan por fuera de eso. Yo sí tengo teoría, o por lo menos he tratado de hacerla. Yo sí propongo generalizaciones, en mi caso sobre la conducta de los participantes del mercado de valores. Y les pongo un ejemplo: que cuando un activo sube de precio, la gente tiende a creer que va a seguir subiendo”.--
Racionalistas y conductualistas se quedan callados un rato. Hasta que vuelve a empezar la discusión:
COND: Bueno pues, a ver, “señor teoría”. ¿Entonces a usted qué es lo que le serviría? ¿Según usted qué tenemos que hacer?
RATIO: Muy sencillo. Sobre la base de sus observaciones y de sus experimentos, hagan una teoría de la conducta humana y de las decisiones humanas. Empiecen con unas primeras leyes y vayan haciendo conjeturas sobre sus derivaciones específicas. Así arman un modelo general, con leyes, y eso es lo que es una teoría científica. Si quiere le prestamos nuestros libros para que aprendan cómo se hace.
COND: No muchas gracias, ya me leí sus “librozzzzzz” (risas). Y no necesitamos que nos pongan de ejemplo teorías como las de ustedes que no tienen el elemento empírico, no tienen observaciones ni experimentos, sino que se inventan un supuesto y a partir de ese supuesto hacen deducciones. Así cualquiera. Aprenda de nosotros, que sí nos hemos puesto las botas y nos hemos metido al barro, y en vez de suponer cómo es la conducta humana hemos ido a ver en la experiencia cómo es realmente (aplausos del grupo).
RATIO: Hombre, vea. No le voy a negar que el intento tiene mérito. Pero les recomiendo que dejen ya de andar alardeando de sus tales métodos empíricos. ¿O es que cree que no nos hemos enterado de que mínimo la mitad de sus tales experimentos son inservibles?
COND: (Furioso) ¿Inservibles??? ¡Me hace el favor y respeta!!
RATIO: Pues que pena si se sintió ofendido pero mire nada más lo que estaba leyendo esta tarde. Un artículo sobre la “crisis de la replicación en las ciencias sociales”. Experimentos mal diseñados, resultados alterados, redondean los números para que den lo que ustedes quieren, experimentos que no logran replicarse luego… en fin… Y mire: sin irnos tan lejos, no nos vengan a decir que unos experimentos que hacen con unos grupos pequeñitos, casi siempre de estudiantes universitarios, van a poder arrojar conclusiones sobre cómo deciden y actúan los seres humanos. Un poquito de seriedad, por favor.
En ese momento sube la tensión y parece que va a haber pelea. Kahneman va donde el que estaba hablando por su grupo (conducualistas) y le dice que se calme, que está a punto de actuar con la parte rápida de su cerebro y que eso no va a salir bien. En el otro lado, Mancur Olson está calculando qué grupo será el primero en movilizarse hacia la pelea, como función del tamaño del grupo y de los incentivos individuales para actuar con el grupo o irse por su propia cuenta. La cosa solo se calma cuando Thomas Hobbes, cliente del bar, dice que la única solución es llamar a la policía.
Desde afuera, otro grupo de amigos observa la pelea, con ganas de intervenir. Ellos sostienen que uno y otro lado se equivocan, y que el comportamiento social puede estudiarse de manera física, del mismo modo como se modela el comportamiento de las moléculas de un gas, valiéndonos de nuestra cada vez mayor capacidad de procesamiento de datos. Pero no se les dejó entrar al bar por ser menores de edad.
La noche termina. El bar se va desocupando. El dueño del bar se queda pensando en todas las peleas similares que ha visto en su larga vida, tan larga como la eternidad. Solo espera que a la salida se pongan a conversar los dos grupos, ya calmados los ánimos. Que tal vez mañana desayunen juntos. Y quién sabe, que tal vez empiecen a trabajar en conjunto para producir, dentro de unos años, una teoría de la decisión humana que modele de verdad la manera como tomamos las decisiones, y que esa modelación pueda dar origen a una teoría estructurada, con sus leyes, con sus matemáticas, y con todas sus aplicaciones en la resolución de problemas sociales.
Algo de contexto:
La ciencia trata de entender realidades de todo tipo, y trata de hacerlo mediante modelos a los que llamamos teorías científicas. Una de las realidades más difíciles de modelar es la de las decisiones humanas, particularmente cuando ellas ocurren en contextos grupales o sociales: cuando tenemos que tomar decisiones cuyo resultado también dependerá de las acciones de otros. Esto, que en principio suena tan abstracto, es la realidad subyacente y fundamental de la economía, la política, los conflictos, la organización social, el comercio, todo tipo de transacciones, las negociaciones, los acuerdos, en fin, todo aquello cuyo resultado dependa de las acciones y decisiones de varias personas.
Desde finales del siglo XVIII, empezó a tomar fuerza una alternativa: la de arrancar por un cierto supuesto sobre la decisión humana, y a partir de allí elaborar teorías. Se asume ese supuesto porque parece autoevidente, parece que no necesita prueba: el supuesto es que los humanos, al tomar decisiones en estos contextos, hacemos lo posible por llevar al máximo aquello que queremos o valoramos, y en ese sentido decidimos. La idea no es ni siquiera moderna (se le menciona -y de hecho se le cuestiona- en el diálogo Protágoras, de Platón). Es una idea que además parece sensata y lógica: ¿quién no va a actuar en pos de lo que le conviene? En el siglo XIX ese proceder tomó vuelo, y sobre su base se dio el gran desarrollo que la teoría económica vivió en ese siglo, la llamada “economía neoclásica”, que al día de hoy sigue siendo el paradigma dominante en el análisis económico. El fundamento de sus teorías suele ser el supuesto de que los individuos, al tomar decisiones (decisiones de consumo, por ejemplo, o de empleo de sus recursos) se comportan como “agentes racionales maximizadores de utilidad”, es decir, sus decisiones consisten en hacer un cálculo sobre cuál es la alternativa que más elevará su bienestar, y decidir en esa vía.
En el siglo XX estas teorías se siguieron desarrollando, y de manera muy intensa. Pasaron a muchos otros dominios de análisis, como los conflictos y las guerras, las negociaciones, la sociología, y la política. Ejemplos: la teoría de juegos, que busca modelar de manera formal la toma de decisiones en contextos donde hay otros actores: esta teoría ha tenido múltiples aplicaciones, desde lo comercial hasta el análisis de las guerras (en lo que se destacó Thomas Schelling, mencionado en el relato); la teoría de la decisión pública (Public Choice), que busca modelar la manera como los humanos decidimos en el ámbito político (se debe sobre todo a James Buchanan y a Gordon Tullock); el análisis de la decisión humana en el contexto de acciones colectivas, debido principalmente a Mancur Olson; Gary Becker extendió este método de análisis a problemas sociales como el crimen y la droga.
Sin embargo, como podrán imaginarse, ha habido siempre algo de inquietud acerca del supuesto sobre el que se basan estas teorías. Todos, intuitivamente, hemos experimentado momentos en los que no actuamos racionalmente: actuamos con ira, con miedo o con valentía; actuamos sin considerar nuestro bienestar de largo plazo; actuamos manifestando preferencias no racionales, por ejemplo hacia cosas que simplemente nos gustan. En la segunda mitad del siglo XX, varios investigadores empezaron a trabajar en el estudio de estas fallas de la racionalidad usando métodos experimentales. Los pioneros de este trabajo fueron los israelíes Daniel Kahneman y Amos Tversky, y sus hallazgos fueron fascinantes, pues observaron muchas circunstancias en las que las decisiones efectivas de los sujetos experimentales se alejaban del postulado de decisión racional. Les siguieron muchos otros, y al día de hoy existe un campo muy en boga llamado “economía conductual” (behavioral economics), que aplica estos métodos al análisis de problemas económicos. Tal vez donde más avances ha hecho esta disciplina es el análisis de los mercados de capitales, pues estos permiten ver muy fácilmente la existencia de fenómenos irracionales colectivos, como lo que llamamos burbujas especulativas. Por cierto, un precursor de la economía conductual es el periodista y escritor escocés Charles Mackay, quien en 1841 publicó un voluminoso libro cuyo título me encanta: Recuento de delirios populares extraordinarios y de la locura de las masas (Memoirs of Extraordinary Popular Delusions and the Madness of Crowds).
Nos encontramos, hoy día, en una situación que podría describirse así: todos sabemos que el postulado de decisión racional es falso, o al menos no funciona en todos los casos. Sin embargo, a pesar de esto, las teorías que le asumen como fundamento han llegado a ser muy sofisticadas, y si bien no en todos los casos funcionan, han resultado útiles para entender numerosos fenómenos sociales, y para actuar en ellos. En otros no tanto. De nuevo, el caso más prominente es el mercado bursátil, donde el postulado de acción racional, manifestado en una teoría a la que se llama “hipótesis del mercado eficiente”, es inútil para entender y predecir movimientos muy importantes de esos mercados. Por otra parte, todos los avances en el análisis experimental de la conducta nos han convencido, y nos seguirán convenciendo, de la necesidad de revisar o reformular nuestras presunciones sobre la decisión humana. Pero hasta ahora, esos análisis experimentales casi no han dado lugar a teorías más estructuradas.
Con este contexto, espero puedan disfrutar del relato.
¿Cuál es su problema con la behavioral economics? - Andrés Mejía Vergnaud
Estuve en una conversación en la que, como es de moda ahora, se habló de sesgos cognitivos, y algún participante maravillado habló de Nudge, el famosísimo libro de Cass Sunstein y Richard Thaler. Yo hice mi cara habitual, que es la de ser el grinch de la economía del comportamiento (behavioral economics). Alguien entonces me preguntó cuál es mi problema con esta disciplina. Quiero compartir con ustedes la respuesta, rogando me permitan la falta de rigor propia de una conversación coloquial.
Mi problema con la behavioral economics puede resumirse en cinco puntos, en orden de importancia:
Un anecdotario no es ciencia: no me considero un experto en behavioral economics ni mucho menos; pero la sensación que me quedó tras haber leído las principales obras de esta tendencia, es decir, tras haber leído a Kahneman, a Kahneman y Tversky, a Thaler, a Shiller y a otros, fue la de haber leído un muy divertido anecdotario. Es, en serio, muy divertido. Casi todos los libros de behavioral economics están llenos de experimentos y de casos cuyos resultados son fascinantes, y es difícil sustraerse a esa fascinación. Pero a menos que haya habido avances que yo no conozca, no se ha pasado de ahí a la teoría; o el paso ha sido muy parcial, y ha estado confinado a ciertos temas específicos (me parece que Shiller lo logra un poco en su libro sobre las burbujas especulativas, donde sí trata de encontrar tendencias). Las anécdotas no constituyen ciencia: en la medida en que esos resultados experimentales no den lugar a una teoría, todavía no hay ciencia. Una teoría tiene descripciones generales y permite hacer predicciones. Con todo y las grandes deficiencias que tienen, las teorías rivales basadas en el postulado de la decisión racional ganan la partida al menos en este punto: tienen teoría, y creo que no tan mala como últimamente se cree.
1. Conclusiones aventuradas: me parece que en la economía del comportamiento hay autores (no todos) y hay lectores (no todos pero muchos) que fácilmente saltan a conclusiones exageradas a partir de los experimentos. Parece que se dejan llevar por el wow! factor, el factor del asombro (sobre la incidencia de este factor en la interpretación de resultados experimentales, ver esto). Desde las primeras lecturas que hice sobre este tema, me sorprendió la pretensión de sacar conclusiones generales a partir de casos que difícilmente pueden considerarse representativos de las relaciones humanas en general: por ejemplo, experimentos con un número pequeño de sujetos que son social y culturalmente muy parecidos, o que representan subsegmentos demasiado restringidos de la población; caso típico: estudiantes de pregrado estadounidenses que acceden a ser voluntarios de un experimento (¿con una muestra así pretenden sacar conclusiones sobre los humanos en general?). Y como ya es conocido, los intentos de extender estos experimentos hacia otros contextos han sido fallidos en muy alto grado, cosa que hoy, en la psicología social, se conoce como la “crisis de la replicación” (que incluye además prácticas como la manipulación de valores estadísticos).
2. Exageran la irracionalidad humana: así como alguna vez fue moda exagerar la racionalidad humana (con el perdón del anfitrión en bata), la moda ahora parece ser exagerar la irracionalidad. A partir de unos pocos resultados, cuyas conclusiones además son bastante débiles, la moda es ahora concluir que somos fundamentalmente irracionales. Aunque esto es más común entre los lectores, me parece encontrarlo también en algunos autores (un ejemplo, el libro Phishing for Phools de Shiller y Akerlof, que prácticamente concluye que los humanos somos totalmente incapaces de evaluar racionalmente la oferta de productos de consumo). Seguramente en muchos aspectos no somos tan racionales como se creía que éramos, pero no hay fundamentos sólidos para correr hacia la exageración contraria.
3. No es ninguna novedad: pasando a temas ya de menos importancia, me molesta un poco la manera como todo esto se promueve como si fuera una absoluta novedad, y de ello sí son culpables muchos de los autores, que suelen exagerar las cosas y sugerir que antes de ellos siempre se creyó en una capacidad racional absoluta del ser humano. A veces hablan como si hubieran descubierto la irracionalidad. Pero a ver: no les vendría mal una lectura de Platón (en Protágoras de Platón, por ejemplo, se discute qué pasa con quienes sabiendo qué es bueno hacen lo contrario); o una lectura de los estoicos Epícteto y Séneca, y sus análisis de las pasiones irracionales; dice Hume (1740) que la razón es la esclava de las pasiones y así debe ser. De modo que lo de la novedad es al menos discutible.
4. Dudas éticas: finalmente, creo que es hora de empezar a hacer cuestionamientos éticos sobre las aplicaciones de esta disciplina en ámbitos varios, que van del mercadeo a las políticas públicas (sobre todo en este último). Me decía Alejandro Gaviria que a él le parecía que en aquello del Nudge había algo muy cuestionable, pues sean cuales sean los propósitos, es finalmente una manipulación. Y repito, aunque el propósito sea bueno (conducir sutilmente a la gente a tomar mejores decisiones), deja grandes inquietudes éticas el hecho de que se trate a las personas como objetos que deben ser conducidos sin que ellos lo sepan. Y grandes inquietudes deja la idea de que la sociedad va a tener una cierta clase de iluminados, que supuestamente saben de sesgos irracionales, y diseñan entonces las herramientas para manejarnos. Más aún cuando su presunta iluminación tiene una base científica tan débil.
No hay tanto problema con la behavioral economics - César Mantilla
Andrés Mejía Vergnaud, AMV de aquí en adelante, listó cinco razones por las cuales encuentra problemática a la economía conductual o del comportamiento. Aquí doy mi punto de vista a esos puntos, con el fin de alimentar este debate sobre los alcances de la economía del comportamiento.
1. Un anecdotario no es ciencia: Los libros de divulgación popular de la ciencia enfrentan una disyuntiva entre el número de lectores que esperan tener y la tecnicidad del lenguaje con el que están escritos. Si los tecnicismos son sustituidos por ejemplos, entonces no es raro entonces que los libros más populares sean aquellos que se apoyaron en múltiples ejemplos; suficientes ejemplos para que estos libros sean, en efecto, anecdotarios.
Sin embargo, que la popularidad de la economía del comportamiento se haya disparado gracias a libros repletos de ejemplos en múltiples dominios no quiere decir que no exista una teoría detrás que esté consolidándose. Por ejemplo, Mullainathan y Thaler categorizan a esta disciplina en tres tipos de desviaciones de la teoría de la decisión racional: egoísmo acotado, para estudiar las desviaciones de comportamiento asociadas al altruismo y la reciprocidad; voluntad acotada, para estudiar la inconsistencia intertemporal entre los deseos, creencias y acciones de las personas; y racionalidad acotada, para estudiar las desviaciones de la teoría racional frente a la teoría de los prospectos y su importancia en términos de puntos de referencia e interpretación del riesgo y la ambigüedad.
Sí existe entonces una caja de herramientas de modelamiento teórico para la economía del comportamiento, aunque no posea el carácter unificado del modelo de elección racional que AMV menciona.
Habiendo dicho esto, resalto que en un artículo reciente, publicado en una reputada revista de economía, Ran Spiegler también hace una crítica sobre el estilo anecdótico y “poco teórico” de la economía del comportamiento. Spiegler compara la revolución que implicó la teoría de juegos, de fuertes cimientos teóricos, con la revolución de la economía del comportamiento. En particular, deja una discusión abierta sobre la necesidad de modelar mejor las interacciones entre individuos irracionales y mercados de forma más general.
2. Conclusiones aventuradas: En este aspecto la economía del comportamiento es mucho más abierta que la teoría de decisión racional defendida por AMV en su primer punto. Para bien o para mal, la economía del comportamiento se mueve dentro de un espectro donde, en un extremo, únicamente los incentivos definen las decisiones sin importar el contexto (básicamente la teoría de elección racional); y en el otro extremo la toma de decisiones no es generalizable basada en los incentivos porque las predicciones dependen únicamente del contexto. La economía del comportamiento se ha cuidado de no caer en la particularización de la psicología, donde cada anomalía respecto a la teoría de decisión racional se ha bautizado como un sesgo diferente; pero tampoco posee una teoría unificadora, como AMV señaló.
En cuanto a la crisis de replicación, este es un problema que prevalece incluso si las reproducciones de los experimentos se realizan con más muestras de estudiantes universitarios norteamericanos (además, Colin Camerer y sus colegas muestran que en economía del comportamiento la crisis de replicación es un problema menos severo que en psicología). Nace de los incentivos existentes para los académicos y para las revistas científicas, que sobrevaloran los resultados sorpresivos en comparación con validaciones de resultados reportados previamente, lo que lleva a un sesgo de publicación. De hecho, la extensión de paradigmas experimentales a otras poblaciones, incluso si los resultados obtenidos difieren, es una contribución valorada en la comunidad científica. Por ejemplo, el antropólogo Joe Henrich ha construido su carrera académica sobre la exploración de las diferencias interculturales de la prosocialidad utilizando paradigmas de la principal herramienta de la economía del comportamiento, la economía experimental. El mismo Henrich es crítico de la generalización que frecuentemente hacen ciertos investigadores sobre sus resultados con población WEIRD (occidentales, educadas, industrializadas, ricas y democráticas, por sus siglas en inglés).
3. Exageran la irracionalidad humana: Coincido con AMV en que este es un problema de la economía del comportamiento, pero es particularmente pronunciado en los libros de divulgación popular.
Cabe preguntarse cuál es la racionalidad con que se dota a los individuos en los modelos de decisión racional: una comprensión casi perfecta de las distribuciones de probabilidad, la capacidad de optimizar hoy lo que desea hacer y consumir mañana (o dentro de varios años), y la capacidad de aislar sus comportamientos de las consecuencias que éstos traen sobre los demás.
El modelo ultra racional de toma de decisiones es análogo a la física de bachillerato: para obtener una primera comprensión del movimiento de los cuerpos en el tiempo y el espacio es necesario hacer múltiples simplificaciones, y en la medida que se quiera obtener una descripción general, estos modelos son suficientes. Pero nadie calcularía el lanzamiento de un cohete con uno de estos modelos de física del bachillerato. Asimismo, el modelo de decisión racional provee unas predicciones que pueden ser adecuadas para ciertos escenarios. Por ejemplo, si los individuos deben enfrentar una situación una y otra vez, la retroalimentación que reciben de sus ganancias y sus pérdidas suele ser suficiente para que su comportamiento no se distancie de las predicciones de los modelos racionales. Pero muchas decisiones se toman pocas veces en la vida, y aún si son fundamentales (e.g., aceptar un trabajo, comprar una casa o declararse donante de órganos) suele dedicárseles menos tiempo del que sus consecuencias ameritan.
Igualmente, si se sabe que pocas personas evidencian un comportamiento inusual, y se busca crear una predicción agregada del comportamiento, la complejidad añadida por los modelos de la economía del comportamiento puede ser innecesaria.
4. No es ninguna novedad: No tengo la capacidad de responder hablando de Platón, Epícteto, Séneca y Hume, pero incluso si nos remontamos sólo al siglo pasado, AMV tiene razón. La economía del comportamiento no nace con Thaler y Sunstein y su libro Nudge. Herbert Simon ganó el Premio Nobel en Economía en 1978 por sus contribuciones a la teoría de la racionalidad acotada, y se le reconoce como uno de los padres de la inteligencia artificial.
De hecho, la economía y la psicología eran mucho más cercanas a comienzos del siglo XX dado su carácter empírico. El divorcio llegó entre los 30s y los 40s, cuando de la mano de Pareto, Hicks y Samuelson la economía tomó un carácter mucho más matemático con el fin de centrar la economía en la elección racional. Bruni y Sugden mencionan que una generación previa de economistas, que incluía a Edgeworth, Jevons y Pantaleoni, hablaba de la psicología de la sensación como un elemento fundamental de la economía.
Si bien la economía del comportamiento no nace con Nudge, publicado en 2008, si se populariza debido a la influencia que la “arquitectura de la decisión” puede tener sobre la política pública. Esto está estrechamente relacionado con el último punto de AMV.
5. Dudas éticas: Es cierto que todo cambio a la arquitectura de la decisión no deja de ser una manipulación del entorno que asume implícitamente que comisionar a alguien más para guiar la decisión, sea un gobierno o una empresa, es mejor que permitir a los individuos tomar sus propias decisiones. De hecho, este debate se ha enmarcado en la dicotomía entre nudging y boosting. Mientras el nudging asume que el comisionado puede tomar mejores decisiones que el individuo, el boosting busca empoderar al individuo a través de información que le haga tener en cuenta los malos resultados asociados a ciertas decisiones.
En el diseño de políticas no es muy clara la diferencia entre nudging y boosting, en parte porque este último concepto es más cercano a la literatura psicológica que a la económica. Proveer mejor información ante la toma de decisiones, algo que muchos expertos calificarían como un nudge, es un boost. La diferencia es tenue, pero los nudges alteran la arquitectura de la decisión (e.g., simplificar un formulario para que más personas tomen un plan pensional particular) y pueden transformar los incentivos materiales en cantidades muy pequeñas (e.g., ofrecer una tasa de rendimientos 0.01% más alta en el plan pensional para hacerlo ver más atractivo).
Por otro lado, también existe una diferencia entre nudges y sludges. Estos últimos no buscan un beneficio para los individuos que van a enfrentar una arquitectura de la decisión modificada, sino para el mismo diseñador de dicha arquitectura. Mientras el nudge es un “empujoncito,” el sludge ralentiza o entorpece las decisiones (su traducción literal es “fango”). El mismo Thaler hace una caracterización de los sludges, con ejemplos del gobierno y de empresas privadas incurriendo en estas prácticas.
Si bien tiene implicaciones éticas asumir que las “buenas decisiones” deben estar comisionadas a un gobierno o una empresa, la taxonomía entre boosts, nudges y sludges permite tener una mirada más crítica, e incluso regulatoria, a estas prácticas. Sobre todo, porque incluso si la economía del comportamiento fuese sólo una moda, las empresas seguirán explotando las desviaciones de los modelos de elección racional para beneficio propio. Sólo piensen en su próxima visita a una franquicia de venta de café, y el vaso extra grande que le ofrecen cuando pide un café mediano.
Coincido plenamente en que la economía conductual se lleva más crédito del que se merece. Agregaría que las políticas públicas y estrategias empresariales se siguen valiendo mayoritariamente de los incentivos tradicionales, mientras que los empujoncitos explican apenas una pizca del cambio que se busca. A nivel teórico, uno se pregunta si esos sesgos, que son tantos e incluso contrarios, se contrarrestan unos a otros dentro de la muestra, reduciendo el error que supone partir de la racionalidad de la gente.
Me encantó conocer a Andrés Caro en la Librería Nacional en enero y constatar que le gusta leer de todo, no sólo tratados sesudos. A juzgar por el libro que llevaba bajo el brazo, ustedes están preparando un episodio sobre Britney Spears. ¿Para cuándo?
Estoy leyendo las notas del episodio y no veo el libro de negociacón que Andrés Mejia menciona en el capitulo. Me lo comparten por acá, por favor. O mejor, ¿cuáles son sus libros de negociación favoritos?