Me gusta leer. Me gustan los libros gordos y raros, como un libro de Calvino que se llama la Institución de la Religión Cristiana, que tengo por ahí y abro a veces, y que no se parece a nada que uno ha leído; es un libro larguísimo y apasionado y aburrido que niega la libertad y que dice, insistentemente, que debemos cambiar nuestras vidas.
También me gusta la autobiografía de Phil Knight, el fundador de Nike, que no escribió él, o el Guardián entre el Centeno, de Salinger. Desde que las leí por primera vez, estoy obsesionado con dos novelas de terror: Nuestra parte de noche, de Mariana Enríquez, y Frankenstein, de Mary Shelley (ella tenía 19 años cuando escribió ese libro).
Desde pequeño, vi a mi mamá leyendo libros (la recuerdo leyendo Las cenizas de Ángela en un avión y Vivir para contarla en un hotel en la tierra caliente). Mi abuela materna también leía. Le gustaban las novelas del siglo XIX y las leía en una edición verde y de tapa dura.
Mi papá leía libros sobre escritura y sobre gramática.
Yo confundo el infinitivo con el subjuntivo.
Supongo que ellos fueron las primeras personas que me hicieron leer. Pero de esas, mi mamá fue la más crucial, porque me trajo de un viaje de trabajo los libros de Harry Potter. Y en ese momento, y con eso, empecé a leer. Leía los fines de semana, en mi casa o en la de mi abuela, leía en los recreos del colegio y por las tardes.
Después, fue ella, con la inteligencia práctica que heredó de mi abuela, la que empezó a pagarme cada vez que terminaba un libro. Me imagino que algunos pensarán que esta es una solución fácil, y que esa no es una forma adecuada de sembrar vocaciones y gustos. Pero a ella le sirvió para sacarme del Play Station y a mí me sirvió porque me hizo leer más libros. Supongo que me hizo, al mismo tiempo, lector y capitalista.
Cada uno hace lo que puede.
En el colegio tuve un profesor de literatura con el que leía libros en una especie de clase avanzada de español. Era al mismo tiempo profesor de español y bibliotecario, y tenía una oficina detrás de la biblioteca llena de libros y de fotos de escritores. Con él leí Vargas Llosa, Pamuk e Isaac Bashevis Singer (lamentablemente, no Enemies, A Love Story). Ese profesor se llama Jorge Iván Parra.
En la universidad, tuve dos profesores que fueron muy importantes para mí: Esteban Restrepo me enseño a querer la teoría política y la teoría en general. Con él leí Kant y Marx y Derridarks. Con él descubrí a Hannah Arendt.
La otra persona fue mi directora de tesis, Carolina Sanín, que me enseñó con insistencia a leer los clásicos sin condescendencia, haciéndome ver el milagro que es un libro que ha sobrevivido siglos, que ha pasado de mano en mano y que atravesó Europa y el mar y un río, y que llegó a Bogotá para que yo lo leyera. Me instruyó en la maravilla y en la gratitud.
Creo que Carolina es la persona que más directamente ha influido en la forma como pienso: lo hizo mostrándome cómo leer libros sobre animales (sobre animales que hablan y que enseñan y que hacen chistes) y sobre guerras y sobre reyes magos.
También lo hizo tachando párrafos enteros de mis ensayos, diciendo cosas como “muy largo” o “suena al sermón de un cura malo”.
Ojalá que todos tengan gente que se atreva a tacharles lo que escriben.
Luego tuve otras personas que me enseñaron. En Chicago, Paul Mendes-Flohr me mostró el pensamiento judío moderno que él había aprendido en Jerusalén. Nathan Tarcov me mostró cómo puede leerse la filosofía política con humor, como encontrando pistas y chistes y groserías.
Maquiavelo se abrió para mí como antes se habían abierto los cuentos de animales.
¡Buenísimo! No me enteré de Carolina Sanín hasta que escuché Atemporal, y luego a usted mencionarla varias veces. Tomé un curso (virtual) con ella el semestre pasado y lo entendí todo…
Andrés, gracias por compartir este relato desde su intimidad. Lo aprecio bastante como fiel oyente de Terrenal.
Oiga (ustedes me pegaron esa muletilla), sería vacano leer -o escuchar- los motivos por los cuales a usted le gusta tanto la religión. Además, resulta algo irónico que uno de sus libros favoritos sea la Biblia, siendo usted ateo.
Saludos desde Cali.